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Arte, cultura y globalización, un estudio libre

Arte, cultura, globalización

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la impostura de la globalización

la impostura del arte

el arte de la impostura:

la cultura


No importa si tiene sentido o no. Lo que importa, como afirma Deleuze en su entrevista póstuma, es crear. Al igual que la filosofía (que, según explica, su función es la de crear conceptos), el arte es una disciplina estrechamente emparentada con el acto de la creación. Y la creación, en un mundo globalizado, es resistencia. Pero, ¿por qué razón? ¿qué hace que la obra de arte no pertenezca al universo de la comunicación, al mundo de los datos y la información?

La comunicación, según explica, es “la transmisión y la propagación de una información”. La información es, a su vez, “un conjunto de consignas” que nos dicen lo que se supone que hay que creer o, al menos, que nos piden ”que nos comportemos como si lo creyéramos”. La información es, entonces, el propio “sistema de control” (Deleuze, 1987).

En los flujos constantes de información digital del mundo globalizado contemporáneo, el acto de creación es un acto de resistencia. El acto de resistencia no es ni información ni contra-información. Cuando nos preguntamos por ejemplo, como lo hace el pensador: ¿cuál es la relación de la obra de arte con la comunicación? La respuesta (al menos la respuesta por él brindada) es: ninguna. O si la tiene, podría decirse que es como resistencia a la sobreestimulación comunicativa.

La obra de arte no es un instrumento de comunicación. No es información.

El arte es lo que resiste.

Pero, ¿cómo resiste? ¿qué significa que resiste?

Mucho para escribir. Se me aparecen autores, islotes aislados de ideas, algunos libros… Vargas Llosa y La civilización del espectáculo, las reveladoras y proféticas reflexiones de Heidegger, el arduo trabajo hermenéutico cuasi cartográfico de Franco “Bifo” Berardi y, sin duda alguna, el enigmático popstar de la filosofía contemporánea Byung-Chul Han.

Si tomamos a este último autor, podemos delimitar claramente las características particulares vinculadas al arte y al mundo digital de la comunicación informacional. La comunicación digital (y, por lo tanto, la información) es transparente, superficial, ruidosa, pornográfica y acelerada. El mundo de la creación —el mundo del arte—, por su parte, es misterioso, lejano, oculto, lento y sutil.

Según explica el filósofo surcoreano, “hoy las cosas pierden cada vez más su significación. Se someten a las informaciones” (Han, 2018, p. 83). Continúa luego citando a Flusser con algo que quizás pueda, de algún modo, colaborar a resumir su visión: “Lo económica, social y políticamente concreto no es la cosa, sino la comunicación. Nuestro mundo se hace a ojos vistos más blando, más nebuloso, más espectral” (Han, 2018, p. 84).

Llegamos hasta aquí. Escribí una considerable cantidad de palabras y, además, en un formato que hasta ahora, para mi suerte, no había utilizado. Paradojalmente, utilicé un lenguaje puramente comunicativo, casi informacional como lo es la pulcra redacción académica. No tenía pensado que así sucediera, pero así sucedió. Y así vivimos. Constantes contradicciones. Y es mejor así. Me gusta más.

Ahora, ¿cómo vincular lo escrito hasta el momento —una densa y no sé qué tan entendible libre asociación de ideas y reflexiones— con la cuestión de la globalización?

Para mi, en parte resulta evidente. Intentaré transcribir las difusas y dispersas voces que no paran de hablar en mi cabeza.

La globalización y la digitalización son dos procesos estrechamente vinculados que, desde la consolidación de la masividad de los aparatos electrónicos y las redes sociales, son retroalimentados entre sí. Por un lado, la comunicación digital solo es posible gracias a la distribución y venta globalizada de los mismos dispositivos y programas a lo largo y ancho del planeta. Por el otro, la globalización se da y se cataliza, en gran medida, gracias al influjo modelador de lo digital en la esfera simbólica y cognitiva de la población mundial.

En una conferencia de 1967 el anciano Heidegger ya intuía estos cambios: “¿de qué ámbito proviene la apelación a la que corresponde el arte moderno?” (p. 5). Para el filósofo alemán, en ese tiempo las obras “ya no surgen más dentro de los límites acuñantes de un mundo de lo popular y nacional” (Heidegger, 1967, p. 5). Por el contrario, “pertenecen a la universalidad de la civilización mundial, cuya constitución y disposiciones son proyectadas y conducidas por la técnica científica” (Heidegger, 1967, p. 5).

Eso que en los años sesenta tanto McLuhan como Heidegger comenzaban a intuir y buscaban interpretar es lo que entendemos hoy como globalización. Creo que ni siquiera hace falta explicarlo ya que, si no lo entendemos, es porque nuestra generación no ha vivido en otro mundo que no sea el globalizado. No hay otra referencia para una posible comparación. Solo podemos leer libros o ver antiguas fotos y videos.

Antes de algunas palabras finales, retrotrayéndonos hacia el comienzo, ya que estamos con Heidegger, en esta misma conferencia el filósofo también nos habla de la cooptación y modelación de la vida humana por parte de los avances técnico-científicos y cibernéticos de la época y su vinculación con la idea de información. Nos dice: “La relación sujeto-objeto es, representada cibernéticamente, la interrelación de informaciones, el retro-acoplamiento dentro del distinguido círculo reglar [regulador], que se deja describir mediante el rótulo “hombre y mundo”” (Heidegger, 1967, p. 7).

Arte, cultura y globalización. Ya vamos terminando.

Quizás, como nos dice Marc Augé, la relación es aún más clara y este supuesto mundo homogéneo y global no es más que una comunidad ilusoria construida por la misma sociedad y maquinaria técnica-científica de la que hablaba Heidegger. En el extracto a continuación es donde el antropólogo francés desarrolla su punto de vista con la mayor claridad y lucidez:

Evoquemos algunas imágenes del mundo de hoy, algunas de esas imágenes que a veces contemplamos en la televisión, pero también cuando el paisaje empieza a parecerse a un libro de imágenes: desde el avión que nos transporta entre una ciudad y otra, entre un país o continente y otro, desde las autopistas y los viaductos que a veces nos dan la sensación de sobrevolar la tierra, o desde los trenes rápidos, en los que la gran velocidad transforma tanto los puntos de referencia espaciales como temporales. Estas imágenes cotidianas son las de un mundo “global” que se presenta como “sin fronteras”, un mundo global donde los espacios de la comunicación, de la circulación y del consumo, los “no-lugares”, no dejan de extenderse, un mundo en el que quedan abolidas algunas de las antiguas fronteras, externas e internas, de los lugares tradicionales. (Augé, 2012, p. 10)

(...) Asistimos a los inicios del turismo espacial, que permite a viajeros en estado de ingravidez observar el planeta de lejos y convertirlo en un paisaje. A esta distancia, la Tierra ofrece una imagen de unidad. La última frontera ha sido franqueada, y más allá de ella el planeta ya solo se ve como un pequeño globo indiferenciado. (Augé, 2012, p. 12)

Siendo así, quizás lo único que queda por hacer es bajarnos del avión del tren del auto y salir a andar. Con los pies afirmados en la tierra o en el pavimento salir a andar, a perderse por nuestro conocido y a la vez tan desconocido pequeño territorio circundante. Conocer de cerca nuestra aldea global. Prestar atención. Observar, escuchar y sentir las vibraciones sensibles y singulares de cada tiempo y espacio para , así, poder entrever y habilitar lo diferente. Ser atravesados por lo que es distinto a nosotros.

Y desde allí crear

Y desde allí resistir

Para luego volver a andar



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